domingo, 15 de marzo de 2020

Las grandes etapas de la historia egipcia

Las grandes etapas de la historia egipcia, las diversas facetas de la función real: la administrativa, la religiosa y la política, pero también su vida familiar y la fastuosidad de sus ritos funerarios.

La monarquía egipcia, su carácter divino y su dualidad, representa la unión de las Dos Tierras: el Alto y el Bajo Egipto.

En el antiguo Egipto había que destacar una serie de factores que determinan su cultura, ante todo los factores geográficos. El Nilo, un oasis en el desierto sahariano, con sus dos zonas bien diferenciadas, el Valle y el Delta, que determinan las dos regiones del país conocidas como el Bajo y el Alto Egipto.


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El río Nilo es, sin duda, la arteria que vertebra el país, su única vía de comunicación interior; regula todas las actividades de sus gentes que, sin lluvias ni otras fuentes de agua, dependen para su subsistencia de sus periódicas crecidas estivales. 

Los factores religiosos se estructuran en torno a dos ciclos, el de Ra, dios solar y el de Osiris, dios y juez de los muertos. Los innumerables dioses egipcios se agrupan en tríadas, padre, madre e hijo. Ptah, Sejmet y Nefertum en Menfis; Amón, Mut y Jonsú en Tebas; y sobre todo, Osiris, Isis y Horus, que son los más venerados.

En cuanto a los factores políticos hay que recordar que la estabilidad de la monarquía egipcia reposaba sobre el carácter divino de su rey, hijo de Ra, que era también encarnación de Horus en vida, y de Osiris tras su muerte. Al faraón se le suponía responsable, no sólo del bienestar de su pueblo, sino también del orden del universo o maat.

Si la capacidad del monarca para asegurar el maat mermaba, significaba que había disminuido su fuerza vital, bien a causa de una enfermedad o de los años.  Por ejemplo, una sucesión de sequías, de malas cosechas o de cualquier otro tipo de desastre podía indicar que algo así estaba sucediendo, y había que ponerle remedio; para ello se recurría a la ceremonia sed o jubileo real, en la cual, mediante una serie de rituales mágicos, volvía a recobrar su vigor juvenil y se coronaba de nuevo como rey.


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Los factores artísticos estaban determinados principalmente por dos elementos: el culto al faraón vivo o muerto, que en la realidad se traduce en la propaganda política mejor estructurada que se conoce, y por una concepción de un más allá eterno y beatífico, pero cuyo disfrute estaba condicionado, en primer lugar, por la conservación del cadáver del individuo o de algo que le representase, bien su estatua o una pintura, o incluso una simple inscripción con su nombre; y en segundo, que en el Juicio de los muertos, cuyo tribunal presidía Osiris, fuese declarado justo.

Aunque el pensamiento egipcio sea rigurosamente dualista y se funde sobre la necesaria asociación de contrarios, la institución monárquica tiende a recomponer los elementos geográficos e históricos en un sistema de pares antinómicos.

Mediante la acción y la palabra, el faraón es el creador del espacio egipcio donde se proyecta la simetría que rige la organización del universo, del cielo  y de la tierra, de los dioses y de los hombres.

A Egipto se le conoce como el País de las Dos Tierras, el valle del río, Alto Egipto, encajonado entre desiertos y su amplio delta o Bajo Egipto. Es también el País de los Dos Nilos, el visible y el subterráneo; de las Dos Señoras, la diosa buitre Nejbet, patrona del Alto Egipto y la diosa cobra Uadjet, que tutela el Bajo Egipto; el País de la Tierra Roja (el desierto) y de la Tierra Negra (el suelo fértil). 


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Es el País de Horus y de Seth; tiene por emblemas la abeja y el papiro en el Bajo Egipto y la juncia y el lirio en el Alto Egipto; y por último, el rey porta dos coronas, la blanca por el Alto y la roja del Bajo Egipto.

Estas dualidades enuncian la perfección de una totalidad. De igual forma, el poder del faraón se basa en una bipolaridad: "Tú has nacido a causa de Horus y a causa de Seth". Esta doble monarquía es la condición y la expresión del mantenimiento del equilibrio cósmico. 

Además, la fundación de la monarquía egipcia es la consecuencia de una acción bélica, de la victoria de un príncipe del Sur sobre la población del Delta. Según los testimonios arqueológicos, la expedición del rey Escorpión precedió a la de Narmer (en torno al año 3000 a.C.). 

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La paleta de Narmer

Sobre la cabeza de su propia maza de guerra, que Escorpión dedica a su dios local en Hieracómpolis como símbolo de su triunfo, se representa al rey con la alta corona blanca del Alto Egipto, abriendo un canal y en una procesión ritual, acciones que evocan la conquista del nuevo territorio. A su sucesor Narmer se debe la organización política y administrativa del Estado.