Culto a los muertos y la construcción de pirámides
La religión constituía un aspecto fundamental de la vida de los egipcios, y su significación se prolongaba incluso después de la muerte. De aquí el culto sumamente especial y fervoroso que rendían a los muertos. Este pueblo creía firmemente que, después de morir, el alma del hombre viviría feliz sólo si se daba un tratamiento especial al cadáver para preservarlo de la corrupción.
De esta manera perfeccionaron el proceso de conversión llamado embalsamiento, por el cual convertían los cadáveres en momias que colocaban en sarcófagos. Estos se decoraban con mayor o menor suntuosidad, dependiendo de la jerarquía social del muerto.
En la tumba se depositaban diversos objetos que, se creía, el difunto podría necesitar o echar de menos en la otra vida. Aves y gatos, entre otros animales, eran también embalsamados para servir de compañía a los hombres en su viaje al otro mundo.
No podía faltar la inclusión de un papiro en las que se consagraban las virtudes y buenas obras del difunto, con la finalidad de que fuera juzgado indulgentemente por Osiris, el dios de la otra vida, en el tribunal de los muertos.
Las pirámides constituían las tumbas más fastuosas e imponentes, pues en ellas se daba sepultura a los faraones. Las más importantes son las de Keops, Kefrén y Micerino, a orillas del río Nilo.
La edificación de estas construcciones ha sido objeto de admiración de todas las generaciones posteriores. Consideradas como una de las siete maravillas del mundo antiguo, representan una obra de ingeniería que aún hoy constituiría un reto tratar de igualar. Fueron erigidas a impulsos de un sentimiento religiosos sumamente intenso, así como a los de trabajo forzado de millares de esclavos.
La religión egipcia atravesó por diversas etapas y vicisitudes. Recorrió el largo camino que va desde el politeísmo hasta una especie de monoteísmo con resabios filosóficos.
Los dioses principales de la religión politeísta (unos 700 aproximadamente) fueron Amón-Ra, Osiris, Horus e Isis. Por lo común, se representaba a las deidades con figuras de animales, para simbolizar con ello su diversidad de funciones y atributos.
Durante el siglo XIV a. C., el faraón Amenofis IV repudió la adoración a varios dioses e implantó el culto a una sola divinidad, Atón, el disco solar. Amenofis adoptó el nombre de Akenatón ("el que agrada a Atón") e hizo borrar de todos lo monumentos los nombres de los dioses adorados por los egipcios.
Sin embargo, a la muerte de Akenatón se instituyó de nuevo el antiguo politeísmo, debido principalmente a los intereses de la clase sacerdotal cuyas prerrogativas habían sufrido un duro descalabro con la reforma monoteísta del culto a Atón.
De todos los monumentos de piedra conocidos en el mundo, son las pirámides las que han causado desde siempre mayor admiración e interés, en especial la atribuida al faraón Keops, que suele recibir el nombre de Gran Pirámide.
Pero así como se han dedicado a estas construcciones elogios de toda clase, tampoco han faltado los personajes, de todos los tiempos, que han querido ver en ellas un ejemplo de la vanidad de los hombres.
Se tiene la certeza de que el primer constructor de pirámides en Egipto fue el legendario Imhotep, el ingeniero más grande de su época, muy superior a Dédalo, autor del laberinto de Creta donde sería encerrado el Toro de Minos.
La religión constituía un aspecto fundamental de la vida de los egipcios, y su significación se prolongaba incluso después de la muerte. De aquí el culto sumamente especial y fervoroso que rendían a los muertos. Este pueblo creía firmemente que, después de morir, el alma del hombre viviría feliz sólo si se daba un tratamiento especial al cadáver para preservarlo de la corrupción.
De esta manera perfeccionaron el proceso de conversión llamado embalsamiento, por el cual convertían los cadáveres en momias que colocaban en sarcófagos. Estos se decoraban con mayor o menor suntuosidad, dependiendo de la jerarquía social del muerto.
En la tumba se depositaban diversos objetos que, se creía, el difunto podría necesitar o echar de menos en la otra vida. Aves y gatos, entre otros animales, eran también embalsamados para servir de compañía a los hombres en su viaje al otro mundo.
No podía faltar la inclusión de un papiro en las que se consagraban las virtudes y buenas obras del difunto, con la finalidad de que fuera juzgado indulgentemente por Osiris, el dios de la otra vida, en el tribunal de los muertos.
Las pirámides constituían las tumbas más fastuosas e imponentes, pues en ellas se daba sepultura a los faraones. Las más importantes son las de Keops, Kefrén y Micerino, a orillas del río Nilo.
La edificación de estas construcciones ha sido objeto de admiración de todas las generaciones posteriores. Consideradas como una de las siete maravillas del mundo antiguo, representan una obra de ingeniería que aún hoy constituiría un reto tratar de igualar. Fueron erigidas a impulsos de un sentimiento religiosos sumamente intenso, así como a los de trabajo forzado de millares de esclavos.
La religión egipcia atravesó por diversas etapas y vicisitudes. Recorrió el largo camino que va desde el politeísmo hasta una especie de monoteísmo con resabios filosóficos.
Los dioses principales de la religión politeísta (unos 700 aproximadamente) fueron Amón-Ra, Osiris, Horus e Isis. Por lo común, se representaba a las deidades con figuras de animales, para simbolizar con ello su diversidad de funciones y atributos.
Durante el siglo XIV a. C., el faraón Amenofis IV repudió la adoración a varios dioses e implantó el culto a una sola divinidad, Atón, el disco solar. Amenofis adoptó el nombre de Akenatón ("el que agrada a Atón") e hizo borrar de todos lo monumentos los nombres de los dioses adorados por los egipcios.
Sin embargo, a la muerte de Akenatón se instituyó de nuevo el antiguo politeísmo, debido principalmente a los intereses de la clase sacerdotal cuyas prerrogativas habían sufrido un duro descalabro con la reforma monoteísta del culto a Atón.
De todos los monumentos de piedra conocidos en el mundo, son las pirámides las que han causado desde siempre mayor admiración e interés, en especial la atribuida al faraón Keops, que suele recibir el nombre de Gran Pirámide.
Pero así como se han dedicado a estas construcciones elogios de toda clase, tampoco han faltado los personajes, de todos los tiempos, que han querido ver en ellas un ejemplo de la vanidad de los hombres.
Se tiene la certeza de que el primer constructor de pirámides en Egipto fue el legendario Imhotep, el ingeniero más grande de su época, muy superior a Dédalo, autor del laberinto de Creta donde sería encerrado el Toro de Minos.